El
visionado de esta película (o, mejor aún, la lectura del libro)
responde al intento de no dejar de lado la filosofía del XIV, dada
en plena crisis del Papado (Juan XXII y la Corte papal de Aviñón),
donde los franciscanos ingleses y la Universidad de Oxford
propiciaron un ambiente donde pudieron separarse (hasta un cierto
punto) del pensamiento aristotélico tradicional y empezar a proponer
un método distinto de investigar la naturaleza yendo a ella misma,
proponiendo hipótesis, etcétera. Surgió un primer conato de
entender la ley de inercia (aunque su paternidad se le debe, cierto
es, a Galileo) y las primeras fórmulas físicas mediante
representaciones geométricas. El historiador de la Filosofía que
más ha estudiado esta época ha sido Pierre Duhem. En cualquier
caso, se debe ser prudente porque una cosa es que hubiera una
corriente relevante dentro de la universidad y de las órdenes
mendicantes medievales que no obstaculizó el desarrollo científico
y que, incluso, contribuyó a él y otra cosa diferente es adelantar
más de dos siglos la revolución científica. Pero sí es
interesante ver cómo el Empirismo y el Pragmatismo anglosajones
tienen raíces pre-modernas: en el Nominalismo, cuyo mayor
representante fue Guillermo de Occam (en quien se inspira el autor de
la novela para Guillermo de Baskerville, junto al Holmes de esta
última, más oscura e inesperada novela del personaje de Conan
Doyle: El sabueso de los Baskerville). El nominalismo es una posición filosófica que niega que
existan las ideas abstractas, ni fuera de la mente ni dentro de ella
(en forma de conceptos) sino que lo que sucede cuando pensamos
abstractamente es que aprendemos a asignar nombres comunes a objetos
similares. Pero no hay dos cosas iguales en la naturaleza.
Cuando le aplicamos un nombre a un género de cosas estamos
sacrificando sus diferencias porque nos es útil hacerlo, no porque
eso que le quitamos sea accidental y nos quedemos con lo sustancial.
Lo que llamamos sustancial es, para un nominalista, lo que nos es más
útil y es sustancial “para nosotros”, no en sí mismo. Pensar no
es tan distinto de manipular objetos con la mano. Pero las palabras
son “herramientas” muy versátiles, tanto que se pueden quedar
incluso vacías de función.
La
novela, que es de recomendar a los alumnos una vez que han hecho un
visionado reflexivo de la misma (y este ha de hacerse siempre una vez
que se han examinado de la Filosofía de la Edad Media, no antes)
acaba así:
"Me
hundiré en la tiniebla divina, en un silencio mudo y en una unión
inefable, y en ese hundimiento se perderá toda igualdad y toda
desigualdad, y en ese abismo mi espíritu se perdera a sí mismo, y
ya no conocerá lo igual ni lo desigual, ni ninguna otra cosa: y se
olvidarán todas las diferencias, estaré en el fundamento simple, en
el desierto silencioso donde nunca ha existido la diversidad, en la
intimidad donde nadie se encuentra en su propio sitio. Caeré en la
divinidad silenciosa y deshabitada donde no hay obra ni imagen.
Hace
frío en el scriptorium,
me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto,
que ya no sé de qué habla: stat
rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus".
“La
rosa prístina permanece en su nombre. Solo nos quedan los nombres
vacíos”
Para
Adso, que es el narrador, este verso vendría a abundar en el tópico del “Tempus
fugit” (y también en el del “Ubi sunt...?”). Es de un poema de
Bernard de Morlay. Sin embargo, para Eco, semiólogo y conocedor de
la Filosofía nominalista, el “nombre vacío” representa un signo
indefinido. La rosa del título es un símbolo tan colmado de
significados, tan “prostituido” por la poesía como metáfora,
por la gramática latina como ejemplo, etcétera, que ha devenido en
espacio vacío que cada lector puede rellenar con su propia
interpretación. Es una concepción del lenguaje
post-estructuralista, que proviene de Saussure, Roland Barthes y que
continúa con Foucault (Las
palabras y las cosas)
y Deleuze, Derrida... Concepción en pleno apogeo en los años 80, cuando
escribió el libro. De hecho, Eco dejó dicho que tenía en mente
que Pedro Abelardo, el filósofo nominalista francés (conocido por
su historia de amor con Eloísa, su alumna), usaba el ejemplo de la
proposición "Nulla
rosa est" para demostrar cómo el lenguaje puede hablar tanto de
lo que no existe como de lo que ha sido destruido.
Además
de la afirmación nominalista, también puede aludir a que la rosa
era la muchacha y que al narrador sólo le queda la idea y el
recuerdo del amor de su vida.
Hay
quien también encuentra una clave en sor Juana Inés de la Cruz, la
monja mexicana del XVII:
Rosa
que al prado, encarnada,
te
ostentas presuntuosa
de
grana y carmín bañada:
campa
lozana y gustosa;
pero
no, que siendo hermosa
también
serás desdichada.
En una entrevista relativamente reciente el autor dice:
¿Por
qué eligió ese título?
-
—Era el último de una lista que incluía entre otros La
abadía del crimen,
Adso
de Melk,
etcétera. Todos los que leían la lista decían que El
nombre de la rosa era
el mejor.
-
—Es también el cierre de la novela, la cita latina.
-
—Que yo inserté para despistar al lector. Pero el lector lo que
hizo fue seguir todos los valores simbólicos de la rosa, que son
muchísimos.
-
—¿Le molesta el exceso de interpretación?
-
—No, soy de los que piensan que a menudo el libro es más
inteligente que su autor. El lector puede encontrar referencias que
el autor no había pensado. No creo tener derecho a impedir que se
saquen ciertas conclusiones. Pero tengo el derecho de obstaculizar
que se saquen otras.
-
—Explíquelo un poco mejor.
-
—Los que, por ejemplo, en la "rosa" encontraron una
referencia al verso de Shakespeare "a rose by any other name",
se equivocan. Mi cita significa que las cosas dejan de existir y
quedan solamente las palabras. Shakespeare dice exactamente lo
opuesto: las palabras no cuentan para nada, la rosa sería una rosa
con cualquier nombre.
ENTREVISTA A UMBERTO ECO. Y así le puse nombre a la rosa
http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2006/08/26/u-01259241.htm
Este
contexto filosófico de escepticismo que es el Nominalismo era el
ambiente intelectual (no la causa) en el que pudo llevarse a cabo la tímida
pre-revolución científica que he descrito en el primer párrafo. Guillermo
de Occam, además de proponer el Nominalismo y cuestionar la
Escolástica de Santo Tomás, escribió un tratadito contra lo que él
llamaba gobierno tiránico del Papa. Es conocida la crueldad de Juan
XXII (Iacobus de Matilde
Asensi es una novela recomendable al respecto).