"No hay manera de escapar a la filosofía […] Quien rechaza la filosofía profesa también una filosofía pero sin ser consciente de ella." Karl Jaspers, filósofo y psiquiatra. "There is no escape from philosophy. Anyone who rejects philosophy is himself unconsciously practising a philosophy." [Karl Jaspers, Way to Wisdom 12 (New Haven: Yale University Press, 1951)]

"La Gaya Ciencia" de Nietzsche. Introducción y comentario de fragmentos

F. NIETZSCHE (1844-1900) escribe esta serie de aforismos denominados La gaya ciencia (o El gay saber, según las traducciones), con casi 40 años de edad, tras varios años de trabajo.  Es una obra, pues, de madurez.  Este libro no puede leerse como un tratado filosófico, porque no tiene un orden impuesto. La línea principal es la exaltación de la vida, la alegría de vivir y la expresión de esa alegría (“gaya” significa “alegre”).  Si Hume y Kant hicieron la crítica del dogmatismo metafísico y religioso, Nietzsche continúa esa crítica y rastrea dónde están los restos de tal dogmatismo.  Esos restos están en los científicos, quienes siguen empeñados en seguir persiguiendo la Verdad, cuando toda ciencia y todo conocimiento en general está en función de la vida y del poder.     Esta es la clave fundamental que nos permite entender el título y la orientación de la obra.

 Las categorías kantianas, implicadas en la producción del conocimiento científico, son, PARA NIETZSCHE, la proyección SUBJETIVA que nuestra especie hace de IMPULSOS cuyo origen es orgánico.  La vida impone sus categorías como una forma de dominio de una especie débil (la especie humana)...  Se considera a Nietzsche, Marx y Freud como los “Maestros de la Sospecha” y los grandes críticos de la religión.  Pero la expresión célebre de Nietzsche “Dios ha muerto” no se refiere a una crítica intelectual como la de la Izquierda hegeliana que intenta demostrar que Dios no existe, sino a algo que está ocurriendo históricamente en la civilización occidental y que tiene fuertes consecuencias: Dios importaría cada vez menos a los hombres, SEGÚN NIETZSCHE.  Ahora bien, la muerte de Dios no es un hecho gozoso ni tampoco algo de lo que lamentarse. No es gozoso porque sume al occidental en el desamparo de no saber a qué atenerse.  Pero no es algo de lo que lamentarse porque implica un reto para las generaciones futuras. 

 

SELECCIÓN DE TEXTOS

La gaya ciencia

  1. Posición de Nietzsche con respecto al tema de Dios: No es ateísmo intelectual al estilo de la “Izquierda hegeliana”.   Es “otra cosa” .


La moral europea viene de Sócrates, pasa por Platón, se cristianiza en Agustín y llega a su máxima expresión en Kant.  Esta moral de los “dos mundos”, de las “dos Ciudades”, de la “pureza” de la voluntad...  Esa moral está en crisis y su origen puede ser un error.

Una moral puede haber nacido muy bien de un error; esta constatación ni siquiera ha abordado el problema de su valor. Nadie hasta ahora ha examinado, entonces, el valor de la más famosa de las medicinas, llamada moral. Esto exigiría ante todo decidirse a poner en cuestión este valor. ¡Pues bien! ¡En esto precisamente consiste nuestra empresa! [...]  . ¿Quiénes somos, entonces? Si quisiéramos simplemente denominarnos con términos antiguos como ateos, incrédulos o incluso inmorales, estaríamos lejos de creer que nos hemos definido, pues somos esas tres cosas a la vez en una etapa demasiado tardía; así se comprende, comprenden ustedes, señores curiosos, lo que sentimos en el alma siendo eso. ¡No es la amargura ni la pasión del hombre desenfrenado que hace de su falta de fe una creencia, un fin y un martirio! Hemos sido afilados, nos hemos vuelto fríos y duros a fuerza de reconocer que nada de lo que sucede aquí abajo ocurre de forma divina y que, según los criterios humanos, ni siquiera pasa de un modo razonable, misericordioso y equitativo. Sabemos que el mundo en el cual vivimos no es divino, sino inmoral, “inhumano”; lo hemos interpretado durante demasiado tiempo de manera falsa y mentirosa, pero según nuestros deseos y nuestra voluntad de veneración, es decir, según una necesidad.

      Lo más cierto de todo lo que captó nuestra desconfianza es que el mundo no vale lo que hemos creído que valía. Tanta desconfianza, tanta filosofía. Evitamos sin duda decir que el mundo tiene menos valor, hasta nos parece risible hoy que el hombre pretenda inventar valores que deban superar el valor del mundo real. Nos hemos desengañado de esto como de una aberración exuberante de la vanidad y de la sinrazón humanas, que durante mucho tiempo no ha sido reconocida en cuanto tal. Ha tenido su última expresión en el pesimismo moderno, y otra más antigua y más fuerte en la doctrina de Buda; pero también la contiene el cristianismo, bajo una forma más dudosa, es cierto, más equívoca, pero no por ello menos fascinante.






2. Consecuencias previsibles a largo plazo de que Dios no nos importe como antes.

El mayor acontecimiento reciente –que “Dios ha muerto”, que la creencia en el Dios cristiano ha caído en descrédito– empieza desde ahora a extender su sombra sobre Europa. Al menos, a unos pocos, dotados de una suspicacia bastante penetrante, de una mirada bastante sutil para este espectáculo, les parece efectivamente que acaba de ponerse un sol, que una antigua y arraigada confianza ha sido puesta en duda.  Nuestro viejo mundo debe parecerles cada día más crepuscular, más dudoso, más extraño, “más viejo”. Pero, en general, se puede decir que el acontecimiento en sí es demasiado considerable, demasiado lejano, demasiado apartado de la capacidad conceptual de la inmensa mayoría como para que se pueda pretender que ya ha llegado la noticia y, mucho menos aún, que se tome conciencia de lo que ha ocurrido realmente y de todo lo que en adelante se ha de derrumbar, una vez convertida en ruinas esta creencia por el hecho de haber estado fundada y construida sobre ella y, por así decirlo, enredado a ella.

Un ejemplo lo proporciona nuestra moral europea en su totalidad. ¿Quién puede adivinar con suficiente certeza esta larga y fecunda sucesión de rupturas, de destrucciones, de hundimientos, de devastaciones, que hay que prever de ahora en más, para convertirse en el maestro y el anunciador de esta enorme lógica de terrores, el profeta de un oscurecimiento, de un eclipse de sol como no se ha producido nunca en este mundo?… ¿Por qué incluso nosotros, que adivinamos enigmas, nosotros, adivinadores natos, que en cierto modo vivimos en los montes esperando, situados entre el presente y el futuro, y tensos por la contradicción entre el presente y el futuro, nosotros, primicias, nosotros, primogénitos prematuros del próximo siglo XX, que ya deberíamos ser capaces de discernir las sombras que están a punto de envolver a Europa, miramos este oscurecimiento creciente sin sentirnos realmente afectados y, sobre todo, sin preocupamos ni temer por nosotros mismos? ¿Sufriremos demasiado fuerte quizás el efecto de las consecuencias inmediatas del acontecimiento?


3. ¿Por qué nos obsesiona a los occidentales (Europa y su área de expansión) la Verdad en la Ciencia?  Por lo mismo que nos obsesiona la cuestión de la Moral.  La vida humana está hecha de mentiras igual que la naturaleza se nos presenta como algo sin moral.  Puede que el “mundo inteligible”, el mundo de las Verdades al que todavía aspiran los científicos, sea tan falso como querer encontrar el Bien en la Naturaleza.  Pero los filósofos, los moralistas y los científicos de nuestra época, por muy ateos que se crean a sí mismos, se empeñan TODAVÍA COMO METAFÍSICOS en decir que el mundo de lo no verdadero, de lo no bueno, es MENOS real que el mundo de las Verdades.

De este modo la pregunta ¿para qué ciencia? nos lleva de nuevo al problema moral: ¿para qué moral en general, si la vida, la naturaleza y la historia son “amorales”? No cabe duda que quien  es sincero, en aquel sentido último y atrevido que presupone la fe en la ciencia, afirma al mismo tiempo un mundo distinto del de la vida, de la naturaleza y de la historia. Y por el hecho de afirmar ese “otro mundo” no tiene que negar, precisamente por esto, su correlato, este mundo, nuestro mundo”.  Con todo se habrá comprendido cómo yo quiero pasar acto seguido más adelante, es decir, a afirmar que siempre hay una fe metafísica en la que se apoya nuestra fe en la ciencia, que también nosotros, los que hoy estamos en el camino de conocer, nosotros ateos y antimetafísicos, encendemos también nuestro fuego en la lumbre que ha encendido la fe de milenios, esa fe cristiana, que fue también la fe de Platón de que Dios es la Verdad, que la Verdad es divina…



  4. Seguir hablando de “el hombre” y de “el mundo” y de que uno está frente al otro (en Descartes, Hume y Kant, el sujeto frente al objeto; en Marx, el hombre frente a la naturaleza a la que domina por la “praxis”) no tiene sentido más que para darnos cuenta de lo hostil que se nos ha vuelto el mundo, precisamente, por los errores de “el hombre”, por no querer aceptar la vida tal y como es, con sus incertidumbres, con los engaños que conlleva y con su trágico destino (la Historia no nos conduce hacia lo mejor, frente a Marx, sino que es un conjunto de ciclos que ascienden y descienden hasta llevarnos a las crisis de valores: “Nihilismo”)  En el Nihilismo se advierte una dualidad de sentidos. En efecto, designa, por una parte, la situación contemporánea en la cual los valores “supremos”, es decir, absolutos, están aquejados de nulidad e inutilidad. Por otra parte, se aplica tanto al desarrollo como a la “lógica” interna de toda la Historia occidental (llamada “europea”  por Nietzsche) desde Platón, que marca momentos de “relajamiento” (la civilización alejandrina contra la antigua Grecia; el cristianismo y los bárbaros contra la Roma imperial; la rigurosa Reforma de Lutero contra el  “libertino” Renacimiento italiano, etcétera).  En esos momentos de “relajamiento” la voluntad de poder de las civilizaciones dominantes se viene abajo y estas acaban siendo demolidas y conquistadas por otras donde la voluntad de poder está en alza. 

En cuanto a esta actitud, “el hombre contra el mundo”, el hombre como principio “negador del mundo”, el hombre como medida de valor de las cosas, como juez del universo que llega a poner la vida misma en el platillo de su balanza y la calcula demasiado liviana; pues bien, hemos tomado conciencia del prodigioso mal gusto que supone toda esta actitud y nos repugna. Por eso nos reímos en cuanto vemos al “hombre y al mundo”, puestos uno al lado del otro, separados por la sublime pretensión de la partícula “y”. Pero, ¿qué sucede? Al reírnos, ¿no habremos dado un paso de más en el desprecio del hombre y, por consiguiente, también en el pesimismo, en el desprecio de la existencia que nos es cognoscible? ¿No habríamos caído por ello mismo en la sospecha de una contradicción, de la contradicción entre este mundo donde hasta ahora teníamos la sensación de estar en casa con nuestras veneraciones – veneraciones en virtud de las cuales tal vez soportábamos la vida–, y un mundo que no es otro que nosotros mismos? Habríamos caído, así, en la sospecha inexorable, extrema, definitiva respecto a nosotros mismos; sospecha que ejerce de forma cada vez más cruel su dominio sobre los europeos y que podría fácilmente poner a las generaciones futuras ante esta espantosa alternativa: “¡O suprimen sus veneraciones, o se suprimen ustedes mismos!” El último término sería el nihilismo; ¿pero no sería nihilismo también el primero? Este es nuestro interrogante.
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5. Nietzsche critica que los filósofos se empeñen en buscar la Verdad de los fundamentos éticos de la Moral cuando lo importante es si la Moral es favorable o contraria a la voluntad de poder de las civilizaciones donde la encontramos.  Su punto de vista es similar al de Marx en un aspecto: la Moral bien puede ser una forma de falsa conciencia.  Pero está en desacuerdo con Marx en que sea mera ideología que se pueda desmontar cuando se haya desmontado el sistema económico.  Critica la teoría del sentimiento moral de Hume y de otros ingleses, según la cual el fundamento de la moral es un sentimiento universal de la Humanidad (esto lo ve como una ingenuidad).  Pero también critica el relativismo de la tolerancia, según la cual todos los puntos de vista morales distintos de todas las culturas son respetables y deben ser aceptados.  Esto es otra ingenuidad.  Hay que ver si los planteamientos morales nos hacen la vida digna de ser vivida e incrementan nuestro poder como civilización o si hacen la vida imposible y nos debilitan. 

Estos historiadores de la moral (que son, sobre todo, ingleses), son de escasa importancia; se encuentran generalmente, aun de manera ingenua, a las órdenes de una moral definida; sin darse cuenta de ello, son sus abanderados y su escolta. Siguen en esto ese prejuicio popular de la Europa cristiana, es prejuicio que se repite siempre con tanta buena fe y que quiere que los caracteres esenciales de la acción moral sean el altruismo, la piedad, la compasión. Su error habitual, en sus hipótesis, es admitir una especie de consentimiento, entre los pueblos, por lo menos entre los pueblos domesticados, con motivo de ciertos preceptos de la moral, y deducir de aquí una obligación absoluta, aun par alas relaciones entre los individuos. Cuando, por el contrario, se han dado cuenta de que en los diferentes pueblos las apreciaciones morales son necesariamente diferentes, quieren concluir de aquí que "toda" moral está exenta de obligación. Los dos puntos de vista son igualmente infantiles. La falta de los más sutiles de ellos es descubrir y criticar las opiniones, quizá erróneas, que un pueblo pueda tener sobre la moral, o bien los hombres son la moral humana, y a sean opiniones sobre el origen de la moral, la sanción religiosa, el prejuicio del libre arbitrio, etcétera, y creer que pro este hecho han criticado la moral misma. Pero el valor del precepto "Tú debes" es profundamente distinto e independiente de semejantes opiniones sobre este precepto y de la cizaña de errores de que puede estar plagado; del mismo modo la eficacia de un medicamento sobre un enfermo no tiene ninguna relación con las nociones médicas de este enfermo ya sean científicas o piense como una curandera. Una moral podría tener su origen en un error; este hecho no afectaría en anda al problema de su valor. El "valor" de este medicamento, el más célebre de todos, de ese medicamento que se llama moral, no ha sido examinado hasta hoy por nadie; para ello sería preciso, ante todo, que fuese "puesto en tela de juicio". Pues bien: precisamente esto es nuestra obra.


6. En conclusión, no debe caerse en la desesperación sino esperar un tiempo nuevo donde nuevos valores sustituyan a los de la tradición socrático-platónico-cristiana-metafísico-científica… 

Efectivamente nosotros, filósofos y 'espíritus libres' ante la noticia de que el 'viejo Dios ha muerto', nos sentimos como iluminados por una nueva aurora; nuestro corazón se inunda entonces de gratitud, de admiración, de presentimiento y de esperanza.