PARA ENTENDER EL TEXTO DE AGUSTÍN
Aclaración introductoria: Todo alumno de Segundo de Bachillerato debería conocer la diferencia entre Evangelistas, Padres de la Iglesia y Doctores de la Misma –con independencia de su recorrido académico o de la educación religiosa que haya recibido.
San Agustín, Padre de la Iglesia, se opone a la visión que los maniqueos tenían del bien y del mal. Los maniqueos consideraban que todo el mal que hacen los hombres tiene su origen en un principio tiránico del mal, que fuerza las voluntades de modo que seríamos forzados a pecar. Cuando Agustín había abandonado a los maniqueos y encontrándose ya en Milán –donde conocerá a San Ambrosio, hoy sepultado en la catedral de la capital lombarda- toma contacto con la filosofía neoplatónica que viene a decir, como la de Platón, que el mal es la ausencia, el error, la impotencia, la carencia de verdad, etc. Es decir: que el mal no es un principio sustantivo que exista por sí mismo sino que consiste en alejarse de lo divino.
Aunque San Agustín, junto al epistolario de San Pablo, es el gran inspirador de Lutero y este pudo encontrar en él muchas intuiciones profundas –sobre todo en la posterior doctrina teológica de la gracia donde se basó el alemán para defender la predestinación-, en este texto el Obispo de Hipona se nos revela como el gran filósofo que es: como un defensor no de la predestinación sino de la libertad humana, de modo que el mal no tiene su origen en Dios sino en nuestros actos libres. [Es por eso que este texto rezuma un intenso optimismo filosófico y tendrá una gran influencia sobre Pascal, especialmente en los argumentos que este último pensador barroco esgrimirá en las Cartas Provinciales para defender a los agustinos jansenistas de Port-Royal de las acusaciones de herejía de los jesuitas adeptos al Romano Pontífice y protegidos políticamente por Richelieu.]
Este texto es un diálogo entre Agustín y Evodio. En él Agustín pone las bases tanto de una psicología, como de una filosofía moral, así como de una teodicea (Juicio sobre Dios y su creación). La cuestión de la voluntad nos parece hoy un problema de todos los tiempos y de todas las edades que, no obstante, hasta el neoplatónico Plotino, dos siglos después de Cristo, no fue tratado de una forma directa. San Agustín le otorgó la importancia que se merece. San Anselmo –el del argumento ontológico, agustino a la postre-, en De casu diaboli y Santo Tomás de Aquino, en las Sumas, seguirán las huellas de Agustín en sus investigaciones sobre este tema. La idea-fuerza de las argumentaciones de los tres –Agustín, Anselmo y Tomás- es la siguiente: Dios nos ha dado una facultad que nos dignifica y nos diferencia de los otros seres pero bien es verdad que esa facultad nos puede llevar a obrar mal dicho todo lo cual eso no significa que Dios nos la haya dado con el fin de introducir el mal en el mundo. Luego, los únicos responsables de la destrucción del orden moral en el mundo somos los seres humanos.
Los textos que durante este curso hay que leer abren el Libro II. En el Libro I Agustín se ha dedicado a demostrar que Dios no es el autor del mal. Las distintas preguntas que se ha ido haciendo son:
- ¿Es Dios el autor del mal?
- ¿Qué vale más la vida o la sabiduría?
- La voluntad como factor decisivo para la felicidad o la desgracia.
- Si todos desean ser felices ¿por qué tan pocos lo consiguen?
- Ley eterna y ley temporal
- Definición del mal
Llegados a este punto, Agustín y su interlocutor se deciden a investigar por qué si la voluntad humana tiene el atributo de la libertad y esta nos lleva a pecar nos la ha dado Dios.
TEXTO SELECCIONADO
[Este texto ha sido volcado directamente de la fuente en papel por el blogger]
Ag. - Quiero que me expliques cómo sabes que venimos de Dios, pues no es esto lo que acabas de explicar, sino que de él merecemos la pena o el premio.
Ev. – Esto lo veo bien claro por un motivo obvio, porque ya nos consta que Dios castiga los pecados. En efecto, toda justicia procede de él, porque así como es propio de la bondad hacer bien a los extraños, no es, en cambio, propio de la justicia castigarlos.
De donde se sigue claramente que nosotros le pertenecemos, ya que no sólo es benignísimo en hacernos bien, sino también justísimo en castigarnos. Además, de lo que ya dije antes, y tú concediste, que todo bien procede de Dios, puede fácilmente entenderse que también el hombre procede de Dios, puesto que el hombre mismo, en cuanto hombre, es un bien, pues puede vivir rectamente siempre que quiera.
Ag. – Evidentemente, si esto es así, ya está resuelta la cuestión que propusiste. Si el hombre en sí es un bien y no puede obrar rectamente sino cuando quiere, síguese que por necesidad ha de gozar del libre albedrío, sin el cual no se concibe que pueda obrar rectamente. Y no porque el libre albedrío sea el origen del pecado, por eso se ha de creer que nos lo ha dado Dios para pecar. Hay, pues, una razón suficiente para habérnoslo dado, y es que sin él no podría el hombre vivir rectamente. Y que nos ha sido dado para este fin se colige del hecho de castigar Dios a quien usa de él para pecar.
Sería injusto ese castigo si el libre albedrío nos hubiera sido dado no sólo para vivir rectamente, sino también para pecar. En efecto, ¿cómo podría ser castigado el que usara de su libre voluntad para aquello que le fue dada? Así, pues, cuando Dios castiga al pecador, ¿qué te parece que le dice, sino estas palabras: “Por qué no usaste del libre albedrío para lo que te lo di, es decir, para obrar el bien”?