Y llego a los campos y
extensos recintos de la memoria, donde están los tesoros de
innumerables imágenes tomadas de cualesquiera clases de cosas
sentidas. Allí se oculta también todo cuanto pensamos, aumentando,
disminuyendo o variando de cualquier modo las cosas que el sentido
haya alcanzado, y todo lo demás que le fuere encomendado y allí
depositado y que el olvido aún no ha absorbido y sepultado. Cuando
estoy allí, solicito que se me haga presente cuanto quiero. Y
algunas
cosas se presentan al
instante. Pero otras hay que buscarlas con más tiempo y son
extraídas como de ciertas cavidades más recónditas. Algunas
irrumpen en tropel y, cuando se desea y se busca otra cosa, se ponen
en medio como si dijeran: « ¿Somos, tal vez, nosotras?». Pero yo
con la mano de mi corazón las retiro de la faz de mi recuerdo, hasta
que se aclare lo que quiero y salte a la vista de su escondite. Otras
cosas se presentan con facilidad y por el orden inalterado en que se
piden, y las que van primero ceden su lugar a las que les siguen, y,
cediéndolo, se depositan para salir cuando de nuevo lo desee. Y todo
esto ocurre cuando narro algo de memoria.
Allí se conservan
distintas y por sus géneros todas las cosas que entraron cada una
por su propio acceso, como la luz, los colores todos y las figuras de
los cuerpos, por los ojos; por los oídos, todo tipo de sonidos, y
todos los olores, por la entrada de la nariz, y todos los sabores,
por la puerta de la boca, y por el sentido [general, táctil] de todo
el cuerpo, lo duro y lo blando, lo caliente y lo frío, lo suave y lo
áspero, lo pesado y lo ligero, bien sea exterior o interior al
cuerpo. Todas estas cosas las recibe, para recordarlas, cuando fuere
necesario y para revisarlas, el gran receptáculo de la memoria
y no sé qué secretas e
inefables concavidades suyas. Todas estas cosas entran en ella, cada
una por su propia puerta, y allí se depositan. Y no entran las cosas
mismas, sino que las imágenes de las cosas percibidas por los
sentidos están allí a mano para el pensamiento de quien las
recuerda. Pero ¿quién podrá decir cómo se hicieron aunque
aparezca obvio con qué sentidos se captaron y se guardaron en el
interior? Pues aún cuando estoy en la oscuridad y en silencio, en mi
memoria evoco, si lo deseo, los colores, y distingo entre el blanco y
el negro y entre los demás que yo quiera, y, no irrumpen los sonidos
ni perturban lo que, captado por los ojos, considero, pese a que
aquéllos estén también allí y permanezcan latentes, como
retirados aparte. Porque también a ellos los llamo, si lo deseo, y
al instante se me presentan, y aún cesando la lengua y callada la
garganta, canto lo que quiero, sin que se interpongan las imágenes
de los colores que, pese a todo, están allí, ni interrumpan
mientras se revisa el otro tesoro que entró por los oídos. De igual
modo, recuerdo, según yo quiera, las demás cosas introducidas y
acumuladas por los demás sentidos, y puedo distinguir, sin oler
nada, el aroma de los lirios del de las violetas, y, sin degustar ni
tocar nada, sino sólo recordando, prefiero la miel al arrope, lo
suave a lo áspero.
Todo esto lo hago yo
dentro, en el inmenso recinto de la memoria. Allí están
disponibles el cielo, la tierra y el mar con todo lo que en ellos
pude percibir con mis sentidos, excepto las cosas que he olvidado.
Allí también me encuentro conmigo mismo y me acuerdo de mí y qué
hice, cuándo y dónde, y de qué modo estaba afectado cuando lo
hice. Allí están todas las cosas que, experimentadas o creídas,
las mantengo en el recuerdo. De este fondo abundante provienen
también las imágenes, tan diversas entre sí, experimentadas o
creídas a partir de éstas, y que yo mismo enlazo con las pasadas, y
a partir de ellas, también (preveo) las acciones futuras y los
acontecimientos y expectativas. Y todo esto lo considero de nuevo
como si estuviera presente,«Haré esto o aquello», me digo para mí
en la enorme cavidad misma de mi alma, llena de imágenes de tantas y
tan grandes cosas y se sigue esto o lo otro. «¡Oh, si ocurriera
esto o aquello!», « ¡Dios no quiera esto o aquello!», me digo
todo esto para mí y, al decirlo, se me ofrecen al punto disponibles
las imágenes de cuanto digo, a partir de ese mismo tesoro de mi
memoria, y nada en absoluto podría decir de todo ello si me
faltaran.
Confesiones, libro X, VII