-Dios
es testigo. Tal vez yo sea culpable, tal vez haya deseado
secretamente la muerte de mi padre; pero juro que no te he
inducido a cometer el crimen. ¡No y mil veces no! Sin embargo,
estoy decidido a confesar mañana a la justicia mi parte de culpa. Lo
diré todo. Pero tú vendrás conmigo. Acepto de antemano todo
lo que puedas declarar contra mí, a incluso lo confirmaré.
Pero también tú tendrás que confesarlo todo. ¡Vendrás conmigo
y dirás la verdad, toda la verdad!
Iván
se expresaba con tanta energía y gravedad, que bastaba mirarlo a
los ojos para comprender que mantenía su palabra.
-Usted
está enfermo, muy enfermo: bien se ve -dijo Smerdiakov sin ironía,
compadeciéndolo-. Tiene los ojos amarillos.
-¡Iremos
juntos! -insistió Iván-. Y si no me acompañas, iré solo y lo
explicaré todo.
Smerdiakov
reflexionó un momento. Luego dijo categóricamente:
-No,
usted no irá.
-¡Iré!
-Confesarlo
todo sería una gran bochorno para usted. Por otra parte, su
declaración sería inútil, pues yo negaría haber mantenido
esta conversación. Diría que obraba usted así impulsado por
su evidente enfermedad, o porque, compadecido de su hermano, quería
sacrificarse por él... y sacrificarme a mí, que jamás he sido nada
para usted. Además, no lo creerían; no tiene usted ninguna
prueba.
-¿Qué
mejor prueba que ese dinero que tú mismo has puesto ante mis ojos
para
convencerme?
Smerdiakov
retiró el libro y dejó al descubierto los billetes.
-Tómelo
-dijo suspirando.
-¡Claro
que lo tomaré!
Pero
en seguida añadió, mirándolo con un gesto de extrañeza:
-Lo
que no comprendo es que me lo entregues, habiendo matado para
apoderarte de
él.
-Ya
no lo necesito -repuso Smerdiakov, y su voz temblaba-. Al principio
sí que lo quería. Tenía el propósito de establecerme en
Moscú o en el extranjero. Éste era mi sueño, nacido de la
idea de que, como usted decía, «todo está permitido». Usted me
enseñó a pensar así. Si Dios no existe, tampoco existe la virtud
o, por lo menos, no sirve para nada. He aquí el razonamiento
que me hacía.
-Has
llegado a esa conclusión por tu propia cuenta -dijo Iván un tanto
turbado.
-Bajo
la influencia de usted.
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