Antes del ascenso de Hitler al
poder y de la Guerra civil española, Ortega adelantó lo peligroso de ciertos fenómenos
de masas en “La rebelión de las masas”.
Este libro le dio fama y prestigio internacionales. En el libro nos expone su preocupación ante
el cariz que están tomando los acontecimientos en Europa y el mundo, analizando
las causas y consecuencias de este hecho. Lo primero que sorprende es constatar
que se nos está describiendo una situación en 1930 que es, si cabe, más vigente
en la actualidad del siglo XXI. Por un lado, se ha producido un formidable
avance en la técnica, en la capacidad de producción y disfrute de objetos, una
subida del «nivel histórico» que permite a las mayorias gozar de los
privilegios contemplados antes para unos pocos, y aún más. Por otro lado, -y
como consecuencia de lo anterior- se ha instalado en el poder un tipo de hombre
-que no una clase social- que es el «hombre-masa». Antes los hombres podían dividirse, sencillamente, en sabios e
ignorantes. Pero el especialista no puede ser subsumido bajo ninguna de esas
dos categorías. No es sabio porque ignora lo que no entra en su especialidad;
pero tampoco es un ignorante, porque es "un hombre de ciencia" y
domina muy bien su materia. Habremos de decir que es un sabio-ignorante, lo
cual significa que creerá poder opinar de todas las materias con la misma
autoridad con la que lo hace en la suya. Posee una enorme cantidad de
información, de datos, pero, inversamente a lo que cabría imaginar, es más
hermético, más inflexible en sus opiniones e ideas. Es un sabio-ignorante
incapaz de «escuchar», de reconocer, de dejarse orientar. Las masas no se refieren solamente a las
clases obreras, como lo interpreta el marxismo, como el grupo social
protagonista del cambio social con el propósito de arrebatarle a las clases
altas sus privilegios.
El error del marxismo es su
colectivismo. El error de Nietzsche es
su individualismo, su insistencia en que la Historia la hacen los héroes, los
hombres superiores. El sujeto de la
sociedad en un momento de la Historia son las generaciones. Para cada generación vivir es una doble
tarea: una consiste en recibir lo vivido —ideas que se están discutiendo y
creencias arraigadas no discutidas, valoraciones morales, instituciones, etc.—
por la antecedente; la otra, dejar fluir su propia espontaneidad. Su actitud no
puede ser la misma ante lo propio que ante lo recibido. Lo hecho por otros,
ejecutado, perfecto, en el sentido de concluso, se adelanta hacia nosotros con
una unción particular: aparece como consagrado, y, puesto que no lo hemos
labrado nosotros, tendemos a creer que no ha sido obra de nadie, sino que es la
realidad misma.
En una obra posterior a la Guerra
civil española y a la II Guerra mundial, “El hombre y la gente”, Ortega
buscará profundizar la experiencia de lo social en sus pormenores esenciales,
presupuestos, implicaciones, efectos y defectos. En “El hombre y la gente”,
Ortega, frente al marxismo, parte de la soledad del individuo que vive entre la
muchedumbre para criticar luego lo inhumano de una sociedad impersonal donde
los demás son, simplemente, “la gente”.