Pavlov observó que los animales pueden discriminar entre elementos sensoriales. Consiguió que un perro asociara, por un lado, la percepción del alimento a la de un círculo luminoso y, por otro, un shock eléctrico a la percepción de una elipse luminosa. El perro podía hacer la distinción pero cuando la elipse se hacía cada vez más circular la distinción el perro desarrollaba una neurosis experimental.
En efecto, las matemáticas son la puerta que da acceso a un conocimiento por el cual uno ya no es esclavo de los sentidos. Un humano puede medir la elipse, mediante una herramienta de precisión concebida y elaborada por otros humanos inteligentes, y constatar que su circularidad es solo aparente, incluso aunque la diferencia entre los dos radios de la elipse sea de un milímetro.
El perro, en cambio, no "despega" del mundo sensible.