"Estaba disgustado con el Cristianismo porque sugería (según supuse) que todas las edades y todos los imperios de los hombres habían huido de esta luz de la justicia y de la razón (la doctrina de la misma Iglesia). Pero luego encontré algo asombroso.
Encontré que los que decían que desde Platón hasta Emerson la especie humana era una sola iglesia, eran los mismos que decían que la moralidad había cambiado por completo y que lo que fue bien en una época, fue mal en otra. Si yo pedía, digamos, un altar, me decían que no lo necesitaba, porque los hombres nuestros hermanos, en sus costumbres y en sus ideales, nos habían legado claros oráculos y una creencia. Mas si tímidamente insinuaba que una de las costumbres universales de los hombres fue tener un altar, daban la vuelta y me respondían que los hombres siempre habían vivido en la oscuridad y en las supersticiones de los salvajes. Hallé que su injuria cotidiana al Cristianismo era culparlo de ser luz para unos y de haber dejado a otros morir en la oscuridad. Pero también hallé que ellos mismos se jactaban de que la ciencia y el progreso eran descubrimientos de unos pocos y que todos los demás morían en las tinieblas.
Su principal insulto al Cristianismo era de hecho la principal ponderación que hacían de sí mismos, y parecía haber una extraña injusticia en esa insistencia relativa para volver sobre las dos cosas. [...]
Esto empezaba a ser alarmante. Parecía no tanto que el Cristianismo fuera suficientemente malo para contener cualquier defecto, sino más bien que cualquier bastón era suficientemente bueno para apalear con él al Cristianismo.
Otra vez, ¿qué podría ser ese algo asombroso que la gente ansiaba contradecir y que por contradecirlo no importaba contradecirse?"
G. K. Chesterton