"No hay manera de escapar a la filosofía […] Quien rechaza la filosofía profesa también una filosofía pero sin ser consciente de ella." Karl Jaspers, filósofo y psiquiatra. "There is no escape from philosophy. Anyone who rejects philosophy is himself unconsciously practising a philosophy." [Karl Jaspers, Way to Wisdom 12 (New Haven: Yale University Press, 1951)]

Tres doctrinas éticas antiguas explicadas y adaptadas a los jóvenes en la actualidad

1.  LOS ESTOICOS 
Los estoicos aparecieron por primera vez en la época antigua, en Grecia. Fueron célebres en el imperio romano (Séneca) y ha habido muchos estoicos en épocas posteriores (Quevedo en España o Spinoza en Holanda). El principio fundamental de la conducta ética para un estoico es la Ataraxia o Imperturbabilidad (QUE NO ME AFECTE LO QUE YA NO PUEDO EVITAR Y NO SER MUY SENSIBLE PARA QUE LA VIDA NO ME HAGA MÁS DAÑO DEL IMPRESCINDIBLE) Disposición del ánimo gracias a la cual alcanzamos el equilibrio emocional mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos, y a la fortaleza del alma frente a la adversidad. Tranquilidad espiritual, paz interior.
Esta disposición del espíritu es muy parecida a la apatía propuesta por los antiguos estoicos e incluso muchos autores no creen necesario distinguirla. Sin embargo se pueden señalar algunas diferencias. Así, la apatía, en la Antigüedad, es más típicamente estoica y la ataraxia se encuentra con más frecuencia en las propuestas de los filósofos epicúreos y escépticos. Sin embargo en Quevedo o en Spinoza encontramos más “ataraxia” que “apatía” (o indiferencia). La ataraxia sería el estado anímico que nos permite alcanzar la felicidad. Se consigue mediante la disciplina del apetito para que éste nos presente sólo deseos moderados, y tras aprender a aceptar los males y a renunciar a los deseos cuando sean imposibles de cumplir. El matiz más importante que separa la ataraxia de la apatía es que la apatía promueve la felicidad como consecuencia de la eliminación de las pasiones y deseos (ser feliz porque nada me importa ni me molesta); por el contrario, la ataraxia lo hace mediante la creación de la fortaleza espiritual, fortaleza frente al dolor corporal y las circunstancias adversas (no importa tanto ser feliz como ser digno). Aunque en el fondo los dos estados anímicos llevan a las mismas consecuencias: indiferencia o imperturbabilidad ante todo. Epicuro compara el estado espiritual de la ataraxia con el total reposo del mar cuando ningún viento mueve su superficie. Finalmente, tanto un estado como el otro otorgan al sabio la libertad: libertad frente a las pasiones, afectos y apetitos, libertad ante la coacción de otras personas, libertad ante las cosas y circunstancias que se oponen a nuestros proyectos.
Los estoicos antiguos tenían un gran dilema: al asociarse con otras personas se corre el riesgo de perder la tranquilidad. Pero si no nos asociamos con otras personas, no podemos cumplir con el deber de la ciudadanía activa, y como la ciudadanía activa deberá regir todos los actos es imposible seleccionar con qué tipo de persona nos relacionamos. Siempre habrá gente que conseguirá hacernos perder los nervios.
El estoicismo aplicado a tu edad y a tu época. 
Como es imposible seleccionar las personas con las que nos cruzamos en el día a día, deberíamos tener un máximo de cuidado en la selección de los amigos. Es importante que nuestros amigos compartan nuestros valores y que tengan una visión positiva ante la vida. Los vicios se comparten muy rápidamente. Al relacionarnos como amigos con personas que no tienen valores parecidos a los nuestros es posible que nos despierten deseos que no están de acuerdo con nuestra búsqueda de la tranquilidad. Las personas que tienen una visión pesimista de la vida suelen quejarse muy a menudo intentando que los amigos les confirmen su miseria. En este caso será difícil aplicar el lema de no preocuparse por lo que no puedes controlar. Estos dos consejos también se pueden aplicar a la participación en eventos y reuniones. Epicteto recomendaba reducir la participación en banquetes de personas sin amor por el conocimiento, ya que en estas ocasiones solo se habla de gladiadores (hoy diríamos, de fútbol).
Recuerda que tú también eres insoportable (para algunos) Hay ocasiones en las que no se puede huir de la interacción con la gente que te cae mal. Marco Aurelio recomienda recordar en estas ocasiones que nosotros también caemos mal a algunas personas (aunque no te lo creas). Además la sociedad necesita todo tipo de persona, así que, aunque personalmente es difícil soportarlos, vale la pena tratarlos con cortesía, ya que estas personas también son parte de la comunidad. Un estoico no le va a faltar el respeto a nadie por el simple hecho de que no vale la pena desperdiciar energía en actos o pensamientos negativos.
2.  EPICUREÍSMO O HEDONISMO
  La felicidad, para Epicuro, consiste en el placer (hedoné). "El placer es principio y culminación de la vida feliz. Al placer, en efecto, reconocemos como el bien primero, a nosotros connatural, de él partimos para toda elección y rechazo y a él llegamos juzgando todo bien con la sensación como norma". Pero no todos los placeres son igualmente deseables, ni deseables en todo momento y en cualesquiera circunstancias. Por eso, dice Epicuro, es preciso tener un "recto conocimiento de los deseos" y de sus objetos, los placeres, para saber a qué deseo conviene dar satisfacción en cada situación y para saber a qué tipo de placeres hay que dar prioridad frente al resto.

 
"Como el placer es el bien primero y connatural, precisamente por ello no elegimos todos los placeres, sino que hay ocasiones en que soslayamos muchos, cuando de ellos se sigue para nosotros una molestia mayor. También muchos dolores estimamos preferibles a los placeres cuando, tras largo tiempo de sufrirlos, nos acompaña mayor placer. Ciertamente todo placer es un bien por su conformidad con la naturaleza y, sin embargo, no todo placer es elegible; así como también todo dolor es un mal, pero no todo dolor siempre ha de evitarse. Conviene juzgar todas estas cosas con el cálculo y la consideración de lo útil y de lo inconveniente, porque en algunas circunstancias nos servimos del bien como de un mal y, viceversa, del mal como de un bien" (Carta a Meneceo, 129-130).
 Epicuro advierte contra sus críticos contemporáneos que cuando habla del placer como "bien supremo" y "fin último de la vida" no se refiere "a los placeres de los disolutos y de los que se dan en el goce" desordenado y sin medida, sino "a la ausencia de dolor físico (aponía) y a la ausencia de turbación en el alma (ataraxía)". Que el placer se convierta en un "bien", depende estrictamente de la sabia elección del que actúa, de la sabiduría y la "prudencia" (phrónesis) con que se elija uno de entre todos los comportamientos posibles. Y la sabiduría "enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente". Pues "las virtudes son connaturales a una vida feliz, y el vivir felizmente conlleva siempre la virtud" (Ibid, 132).

      De algún modo, esta afirmación pone límite a un hedonismo irreflexivo y simplista. Según Epicuro, "es preferible ser infeliz viviendo racionalmente, que feliz de manera irracional". (como el cerdo que se revuelca en el lodo). Para Epicuro, en efecto, no toda felicidad tiene el mismo rango: la felicidad primaria y despreocupada en la que se complace el insensato no tienen el mismo valor que la felicidad buscada reflexiva y responsablemente por el sabio.
El hedonismo aplicado a tu edad y a tu época.
Es preferible la ausencia de dolor cuando este es innecesario a sufrir dolor si no es por un bien que merezca la pena (dolor de parto, dolor de el esfuerzo en el deporte, etc.). Esto es obvio. Pero hay quienes prefieren gozar de un placer muy intenso pero corto y pagar el alto precio por ello de un dolor intenso y prolongado (drogadictos). Son preferibles los placeres duraderos -que suelen ser intelectuales- a los pasajeros. La combinación entre ambos en la vida la hace más agradable. Pero aquellos pueden disfrutarse más tiempo y a todas las edades (las artes) mientras que estos últimos no siempre pueden ser disfrutados (festines, sexo, embriaguez alcohólica, etc.) Los primeros no dañan la salud si no se descuida el ejercicio físico. Los segundos, cuando son excesivos, sí.

3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD. EL EUDAIMONISMO (O EUDEMONISMO O ÉTICA DE LA FELICIDAD) SEGÚN ARISTÓTELES
El término eudemonismo viene de eudaimonía, que en griego quiere decir ‘felicidad’. Literalmente significa “estar en buen (eu-) daimon”. ¿Qué es “daimon? Esta palabra aparece ya en la Ilíada de Homero (XV, 468) y refiere a las divinidades menores. Sócrates decía que este daimon, por detrás de él, le decía lo que no tenía que hacer (como la voz de su conciencia, diríamos hoy) Después, con el Cristianismo, la palabra “daimon” vino a significar algo malo. En cualquier caso, es un estado, no un sentimiento. La felicidad tal y como la entendieron los griegos es un “estado de dicha”.
Para Aristóteles (384-322 a. de C), principal representante de esta corriente ética, la felicidad es la meta última del hombre. Dicha felicidad requiere dos condiciones:
a) Cierta autosuficiencia (no depender en exceso de nada ni de nadie que no sea estrictamente necesario para la vida); b) Buscar la excelencia o “areté” -de aquí en adelante se la llamará “virtud”; c) La ausencia de males como la enfermedad, las desgracias personales y la soledad.
Aristóteles se basó en las características de la naturaleza humana para definir la felicidad. Somos seres inteligentes dotados de lenguaje y raciocinio y eso nos diferencia al ser humano de los animales. Por lo tanto, como la actividad intelectual es lo más propio del hombre y lo que le define como animal racional, las personas debemos encontrar la felicidad realizando dicha actividad intelectual que nos es propia: la adquisición de conocimiento es fuente de felicidad para el ser humano. Pero como esto no siempre es asequible a todo el mundo (no hay medios materiales o bien falta la inteligencia o la fuerza de voluntad para ello) es normal que se persiga la felicidad por otras vías. La felicidad no es algo que se siente -aunque puede decirse, puntualmente, que uno se siente “feliz”, “dichoso/a” e, incluso “eufórico/a”. La felicidad es un estado y, aunque no se pueda o no se quiera buscarla en el conocimiento, también requiere de la inteligencia: la inteligencia práctica (“phronesis) que se traduce del griego como “prudencia”. La prudencia nos guía hacia las acciones acertadas como la puntería a dar en el centro de la diana. Una acción acertada o virtuosa es la que está en el término medio entre un vicio por exceso y otro por defecto. Este término medio no siempre es el mismo sino que depende de la situación y del estado de la persona. La sabiduría que da el conocimiento, por un lado, y la prudencia, por otro, son virtudes teóricas o dianoéticas. La segunda nos lleva a las virtudes o excelencias éticas: la justicia, la templanza, la valentía, la fortaleza, la generosidad, la moderación... Estas nos llevan a la felicidad porque la vida, una vez que nos salen de modo natural, se nos torna agradable y mejor. Y, sobre todo, permite evitar decisiones desafortunadas. Es valiente quien huye cuando todo está perdido y quien lucha a muerte cuando está todo lo importante de la vida en juego. Cobarde o temerario quien se queda corto o se excede. El problema de actuar virtuosamente es que hay una sola forma de acertar y muchas de equivocarse.
El eudaimonismo aplicado a tu edad y a tu época.
Si tienes una vocación en la que consideras que tu inteligencia “natural” tiene toda su proyección persigue desarrollarla por todos los medios. Si eres inteligente, no te engañes a ti mismo/a optando por una vida vulgar donde no se ejercita la inteligencia porque te “liberarás” de preocupaciones a corto plazo pero te pasará factura a largo plazo. Haz aquello que te ennoblece, que te hace excelente y no te preocupes ni lo más mínimo de que los demás no lo hagan. Serás feliz igualmente.