"No hay manera de escapar a la filosofía […] Quien rechaza la filosofía profesa también una filosofía pero sin ser consciente de ella." Karl Jaspers, filósofo y psiquiatra. "There is no escape from philosophy. Anyone who rejects philosophy is himself unconsciously practising a philosophy." [Karl Jaspers, Way to Wisdom 12 (New Haven: Yale University Press, 1951)]

San Agustín y la memoria

Y llego a los campos y extensos recintos de la memoria, donde están los tesoros de innumerables imágenes tomadas de cualesquiera clases de cosas sentidas. Allí se oculta también todo cuanto pensamos, aumentando, disminuyendo o variando de cualquier modo las cosas que el sentido haya alcanzado, y todo lo demás que le fuere encomendado y allí depositado y que el olvido aún no ha absorbido y sepultado. Cuando estoy allí, solicito que se me haga presente cuanto quiero. Y algunas
cosas se presentan al instante. Pero otras hay que buscarlas con más tiempo y son extraídas como de ciertas cavidades más recónditas. Algunas irrumpen en tropel y, cuando se desea y se busca otra cosa, se ponen en medio como si dijeran: « ¿Somos, tal vez, nosotras?». Pero yo con la mano de mi corazón las retiro de la faz de mi recuerdo, hasta que se aclare lo que quiero y salte a la vista de su escondite. Otras cosas se presentan con facilidad y por el orden inalterado en que se piden, y las que van primero ceden su lugar a las que les siguen, y, cediéndolo, se depositan para salir cuando de nuevo lo desee. Y todo esto ocurre cuando narro algo de memoria.

Allí se conservan distintas y por sus géneros todas las cosas que entraron cada una por su propio acceso, como la luz, los colores todos y las figuras de los cuerpos, por los ojos; por los oídos, todo tipo de sonidos, y todos los olores, por la entrada de la nariz, y todos los sabores, por la puerta de la boca, y por el sentido [general, táctil] de todo el cuerpo, lo duro y lo blando, lo caliente y lo frío, lo suave y lo áspero, lo pesado y lo ligero, bien sea exterior o interior al cuerpo. Todas estas cosas las recibe, para recordarlas, cuando fuere necesario y para revisarlas, el gran receptáculo de la memoria
y no sé qué secretas e inefables concavidades suyas. Todas estas cosas entran en ella, cada una por su propia puerta, y allí se depositan. Y no entran las cosas mismas, sino que las imágenes de las cosas percibidas por los sentidos están allí a mano para el pensamiento de quien las recuerda. Pero ¿quién podrá decir cómo se hicieron aunque aparezca obvio con qué sentidos se captaron y se guardaron en el interior? Pues aún cuando estoy en la oscuridad y en silencio, en mi memoria evoco, si lo deseo, los colores, y distingo entre el blanco y el negro y entre los demás que yo quiera, y, no irrumpen los sonidos ni perturban lo que, captado por los ojos, considero, pese a que aquéllos estén también allí y permanezcan latentes, como retirados aparte. Porque también a ellos los llamo, si lo deseo, y al instante se me presentan, y aún cesando la lengua y callada la garganta, canto lo que quiero, sin que se interpongan las imágenes de los colores que, pese a todo, están allí, ni interrumpan mientras se revisa el otro tesoro que entró por los oídos. De igual modo, recuerdo, según yo quiera, las demás cosas introducidas y acumuladas por los demás sentidos, y puedo distinguir, sin oler nada, el aroma de los lirios del de las violetas, y, sin degustar ni tocar nada, sino sólo recordando, prefiero la miel al arrope, lo suave a lo áspero.


Todo esto lo hago yo dentro, en el inmenso recinto de la memoria. Allí están disponibles el cielo, la tierra y el mar con todo lo que en ellos pude percibir con mis sentidos, excepto las cosas que he olvidado. Allí también me encuentro conmigo mismo y me acuerdo de mí y qué hice, cuándo y dónde, y de qué modo estaba afectado cuando lo hice. Allí están todas las cosas que, experimentadas o creídas, las mantengo en el recuerdo. De este fondo abundante provienen también las imágenes, tan diversas entre sí, experimentadas o creídas a partir de éstas, y que yo mismo enlazo con las pasadas, y a partir de ellas, también (preveo) las acciones futuras y los acontecimientos y expectativas. Y todo esto lo considero de nuevo como si estuviera presente,«Haré esto o aquello», me digo para mí en la enorme cavidad misma de mi alma, llena de imágenes de tantas y tan grandes cosas y se sigue esto o lo otro. «¡Oh, si ocurriera esto o aquello!», « ¡Dios no quiera esto o aquello!», me digo todo esto para mí y, al decirlo, se me ofrecen al punto disponibles las imágenes de cuanto digo, a partir de ese mismo tesoro de mi memoria, y nada en absoluto podría decir de todo ello si me faltaran.  

Confesiones, libro X, VII