"No hay manera de escapar a la filosofía […] Quien rechaza la filosofía profesa también una filosofía pero sin ser consciente de ella." Karl Jaspers, filósofo y psiquiatra. "There is no escape from philosophy. Anyone who rejects philosophy is himself unconsciously practising a philosophy." [Karl Jaspers, Way to Wisdom 12 (New Haven: Yale University Press, 1951)]

El "Gorgias" de Platón. Sofistas, Retórica, Justicia y Política


En el diálogo que Platón dedica a este sofista, haciéndolo discutir con Sócrates, encontramos estos puntos de discusión.  En todos ellos Nietzsche estaría con los adversarios de Sócrates.  

Extractado de http://www.paginasobrefilosofia.com/html/Gorgias/apuntes.html

¿Cuál seria la diferencia entre la retórica y las otras artes que también necesitan poco de la acción, como la matemática o la geometría? ¿Sobre qué produce la retórica sus efectos a través del discurso?

En principio, Gorgias, responde de una modo general a las preguntas de Sócrates y afirma que la retórica tiende a tratar acerca de "las cosas mas importantes y mejores que hay en el mundo").  Ante tal respuesta, Sócrates le responde que tal contestación la podrían dar también otras artes. Asi el médico afirmaría que su arte trata sobre la salud y que quien conoce este arte puede lograr lo mejor. Tambien el educador físico que trata de la belleza y la fuerza corporal. Pues bien, pregunta de nuevo Sócrates, ¿qué es aquello que tu consideras, Gorgias, el mayor bien o lo mejor?

Gorgias responde que el mayor bien es el poseer el "arte de la persuasión", logrado por medio de la oratoria, ya que ello permite independencia a quien lo posee y autoridad sobre los restantes ciudadanos de la Polis. Pues bien, Sócrates, y sobre la base de lo dicho por Gorgias, es decir, que el objeto principal de la retórica es el arte de la persuasión, le propone profundizar en el análisis de la naturaleza de la persuasión, ya que parece evidente que otras muchas artes también intentan producir persuasión pues, según Sócrates, "aquel que enseña, lo que quiera que sea, intenta también persuadir sobre aquello sobre lo que enseña".  Por todo ello se hace necesario responder, plantea de nuevo Sócrates, acerca de "qué clase de persuasión produce el arte de la oratoria y a qué objeto tiende tal persuasión".  Gorgias responde que la retórica intenta persuadir en el ámbito de los tribunales de justicia, en la asamblea de los ciudadanos y, en definitiva, en todo aquello que tiene que ver con lo justo y con lo injusto.


Esto les lleva  a examinar qué es lo justo y lo injusto.

Sócrates intentará demostrar que aunque el cometer injusticia no supere en dolor al sufrirla, en lo que sí lo supera es en el daño que que produce.  ¿O es que acaso no produce mucho más daño el que comete injusticia que quien la sufre? Pues bien, cuando una cosa supera a la otra en daño, entonces no estamos ante lo feo sino ante lo peor.  Hacer lo injusto no es solo más feo que recibirla sino que es peor.

Si se acepta también la existencia de grados de belleza/placer y de fealdad/dolor. De dos cosas feas, la más fea es la mas dolorosa. De dos cosas feas, la mas dañina es la peor.

La injusticia es el más feo y peor de todos los males.

Se puede ser feliz de dos formas: la mejor consiste en no tener en el alma la maldad de la injusticia. La otra, si se comete una injusticia, sufriendo, al menos, el castigo y la expiación impuesta por las leyes.  El hombre mas desgraciado es quien "persevera en la injusticia y no se libera de ella".  La justicia y el bien hay que situarlos en relación con el alma y no con el cuerpo.

Pues bien, si alguien decide dedicarse a los asuntos públicos tendríamos que valorar su actuación del mismo que valoramos la del médico (que cura a tal y cual paciente) o a la del arquitecto (que realizó tal o cual edificio).  Volvamos nuestra memoria, plantea Sócrates, hacia los ciudadanos Pericles, Cimón, Milcíades y Temístocles.  La respuesta de Calices es clara: es evidente que cada uno de ellos hacía a los ciudadanos mejores de lo que anteriormente había sido. Ante tal respuesta, Sócrates recuerda que, por ejemplo, a Pericles le hicieron reo de apropiación indebida y poco faltó para que lo condenasen a muerte. Además a los ciudadanos de Atenas los volvió más violentos e imperialistas que cuando los tomó bajo su cuidado. Lo mismo podría decirse de Cimon (condenado a la pena del ostracismo) o Temístocles (a punto de ser despeñado).  En fin, todo parece indicar que no fueron tan buenos ciudadanos como Calicles intenta hacer creer. Acusa a Calicles por no saber aplicar correctamente el calificativo de bueno, al hablar de los políticos: no se es buen político por realizar grandes obras o por lograr grandes conquistas sino por demostrar su saber en el manejo y mejoramiento del alma de sus conciudadanos.

Sócrates aprovecha también para acusar a los sofistas de ser responsables de la mala formación del alma de los ciudadanos. Les acusa de ser incoherentes en relación con aquello que dicen enseñar. Así, por ejemplo, se presentan como maestros de virtud y, al mismo tiempo, muchas veces acusan a sus discípulos de ser injustos con ellos, por no satisfacer los honorarios previamente establecidos. Ahora bien, ¿cómo es posible que discípulos que, según sus maestros, ya han sido formados en el conocimiento de la virtud de la justicia se puedan comportar de un modo injusto? ¿Acaso no resulta absurdo que aquel que afirma haber hecho bueno a alguien eche en cara a este que, habiéndose hecho bueno, gracias a su intervención y sin dejar de serlo, sea no obstante malo?

Pues bien, aquellos políticos que son condenados por su propia ciudad y, por ello, acusan a sus ciudadanos de ser injustos y depravados, están realmente actuando como los sofistas.